martes, 16 de junio de 2009

FESTIVIDAD DEL "CORPUS CHRISTI"


Nuestra Iglesia vive, desde hace siglos, la fiesta del Corpus Christi con un entrañamiento popular extraordinario y especial. Y, desde hace años, venimos señalando esa misma jornada como Día de la caridad. En este año, con gozo la Iglesia ha recibido la Carta Encíclica "Ecclesia de Eucharistía" del Santo Padre, que nos ayuda a vivir la celebración del don por excelencia.
Ante el deseo del Pueblo de Dios, fervorosamente manifestado, de llevar la Eucaristía al mundo, deseamos invitaros a todos, en ese mismo día, a contemplar de tal modo el Sacramento de nuestra fe que nos ayudemos a descubrir y fortalecer las exigencias que la Eucaristía tiene en nuestro compromiso cristiano a favor de todos los excluidos de nuestra sociedad y del mundo entero.
La campaña de este día nos habla de que la exclusión social nos incluye a todos y nosotros queremos deciros que la Eucaristía nos incluye a todos en el compromiso por transformar esa exclusión social en mesa fraterna del compartir.
Son muchas las razones que podíamos invocar para esta postura; razones humanas y evangélicas, razones éticas y de moral cristiana, razones de derechos humanos y de la doctrina social de la Iglesia; hoy queremos fundamentar este compromiso en la misma Eucaristía. Por eso os invitamos al siguiente proceso de contemplación.
Mirad al Señor en la mesa del Reino
Los ojos de nuestra fe reconocen en la celebración de la Eucaristía la presencia del Señor; la Eucaristía nace de la presencia del Resucitado. Creemos firmemente que es Él el que se nos aparece, se hace presente y nos invita alrededor de su mesa, la mesa de su Reino.
La Eucaristía es sacramento del Reino de Dios personalizado en Jesús Señor y realizado por su entrega hasta dar la vida por el mundo.
Allí, en torno a la mesa de la Eucaristía, animados por el Espíritu, nos sentimos y vivimos la nueva familia del Reino: todos hijos de Dios Padre, todos hermanos los unos de los otros, todos reconciliados, todos compartiendo el mismo pan.
Allí recordamos la actuación de Jesús cuando comía con los excluidos e impuros, con los pobres y pecadores . Allí recordamos la multiplicación de los panes y los peces en la que hubo pan para todos. Allí entendemos que el pueblo de la nueva alianza es una fraternidad sin exclusiones.

Allí entendemos que en la asamblea eucarística los últimos tienen los primeros puestos. Allí entendemos que es el Señor quien nos constituye en esa nueva familia, en la nueva fraternidad.
Entended el gesto del Señor
Cuando el Señor toma en sus manos el pan y nos dice "tomad y comed esto es mi cuerpo por vosotros", y toma el cáliz y dice "tomad y bebed todos de él porque es el cáliz de la nueva alianza en mi sangre" , los creyentes comprendemos que el Señor no sólo nos invita a su mesa y nos sirve, sino que él nos da su amor hasta el extremo de ser Él mismo el que se nos da.
La fe de la Iglesia reconoce que la Eucaristía es el Sacrificio de Cristo en la Cruz, extremo de su entrega de amor en obediencia al Padre. La acción del Resucitado en la Eucaristía es donación generosa de su vida que actualiza su entrega hasta que un día Él vuelva, Señor del universo, y definitivamente esta tierra pase a ser plenamente el Reino de Dios.
El pan partido y repartido, y el vino derramado y entregado, hablan por sí mismos de la total desapropiación de su vida para darnos vida. Este gesto de partir y repartir su pan es el primer movimiento del dinamismo relacional de la Eucaristía. El segundo movimiento es nuestra acogida; nosotros respondemos acogiendo su amor.
Y así formamos todos en Él una comun-unión, expresión de la comunión de las tres divinas personas. Comunión por Él iniciada que se hace completa al unirnos nosotros haciéndonos todos uno; "porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos pues todos participamos de un solo pan".
La Eucaristía es sacramento de las nuevas relaciones con Dios, manifestación de la relación que existe en la Trinidad; es ámbito de encuentro, lugar de relación, espacio de intercomunión, mesa del compartir, pues, en la comunión con Él, se alcanza la comunión de unos con otros.
No se puede desvincular la comunión con Él de la comunión con los hermanos. El mayor pecado es disociarlos. El cuerpo recibido constituye a los que lo reciben en cuerpo comunitario; en la mesa de la Eucaristía es donde Pablo hace el descubrimiento de que los cristianos somos un cuerpo, el cuerpo de Cristo, cabeza y miembros; somos comunión, familia del compartir.
Por ello la Eucaristía rehace la nueva fraternidad en la que no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos somos uno en Cristo Jesús; reúne a los hijos dispersos; denuncia que haya unos hermanos que pasan hambre y otros abunden hasta la embriaguez del consumo; supera los individualismos competitivos y las divisiones y nos sitúa en la solidaria colaboración al bien común; derriba las separaciones, vence la enemistad, invalida la violencia y las guerras porque él es nuestra paz que hace de pueblos enfrentados un solo pueblo.
Pablo repite con insistencia: "se han roto y superado todas las diferencias". La Eucaristía genera la fraternidad gratuita de las personas, de los pueblos y de la entera humanidad.
Esta fraternidad de la gratuidad no es una fraternidad esgrimida a partir de las identidades de sangre, ideología, posición e intereses, no es una fraternidad instrumentalizada para el enfrentamiento, utilizada como fortaleza agresiva frente a los otros.
La fraternidad de la gratuidad es otra fraternidad; es la nueva fraternidad ofrecida como don gracioso entre diferentes y distintos, entre divididos y enfrentados; es la fraternidad con excluidos.
Escuchad su mandato: haced vosotros lo mismo
Es en la Última Cena, según el relato de Lucas y el discurso de Juan, donde escuchamos unas palabras que son palabras mismas de Jesús: "habéis visto que yo estoy en medio de vosotros como el que sirve, pues haced vosotros como yo he hecho con vosotros".
De este modo la Eucaristía culmina en misión, genera un movimiento de transformación que nace de ella como del manantial nace el río que da vida a la tierra.
Desde la Cena del Señor, sacramento del amor, nace nuestro trabajo como cristianos para convertir la humanidad en una fraternidad universal que supere todas exclusiones.
Así el cristianismo se sitúa en el mundo como un dinamismo innovador que anuncia que la tierra es casa de hermanos y convierte la humanidad en familia reunida en torno a una misma mesa para con-vivir sin exclusiones y para comer-con todos sin exclusiones.
Somos enviados a salir a las calles de la ciudad, a anunciar a Cristo y a recorrer los caminos del mundo invitando a los pobres, a los débiles funcionales, a los marginados y olvidados, a todos los excluidos hasta lograr reunir a todos en una misma mesa.
ÉL nos incluye a todos, trabaja TÚ por la inclusión de todos
La campaña de Cáritas nos ofrece elementos de análisis y reflexiones para la toma de conciencia de la exclusión social, nuevo rostro de la pobreza en el mundo de hoy; nos invita a hacer nuestras las exclusiones que están ahí, a nuestro lado en nuestra misma sociedad y las exclusiones en los pueblos y entre los pueblos del mundo entero.
Los nombres de la exclusión social son muchos. La exclusión por causas religiosas, morales y familiares. La exclusión por falta de recursos en un mundo globalizado que olvida a los pobres. La exclusión por la situación de paro o la precariedad del trabajo; por la ausencia de una vivienda digna; por el fracaso escolar; por la falta de asistencia sanitaria o escasez de cobertura a grupos humanos especialmente deteriorados y olvidados. La exclusión de los diferentes, de los inmigrantes, de los indefensos, de los que no cuentan para los intereses egoístas de la sociedad actual, de los más últimos de entre todos.
En medio de esta sociedad marcada por la exclusión, celebrar en verdad la Eucaristía y aclamar ese Misterio por las calles de la ciudad es una seria interpelación, una atrevida profecía y un decidido compromiso.
"Muchos son los problemas que oscurecen el horizonte de nuestro tiempo. Baste pensar en la urgencia de trabajar por la paz, de poner premisas sólidas de justicia y solidaridad en las relaciones entre los pueblos, de defender la vida humana desde su concepción hasta su término natural. Y ¿qué decir, además, de las tantas contradicciones de un mundo globalizado, donde los más débiles, lo más pequeños y los más pobres parecen tener bien poco que esperar? En este mundo es donde tiene que brillar la esperanza cristiana.
Anunciar la muerte del Señor hasta que venga (1 Co 11,26), comporta para los que participan en la Eucaristía el compromiso de transformar su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo eucaristía. Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio, hacen resplandecer la tensión escatológica de la celebración eucarística y de toda la vida cristiana: Ven , Señor Jesús (Ap 22, 20) " (Carta Encíclica de Juan Pablo II Ecclesia de Eucharistía,20)
El gesto del Señor de invitarnos y sentarnos a su mesa, de partir, repartir y compartir su Pan nos revisa y nos vocaciona.
Revisa nuestra participación, de una u otra manera y tantas veces inconscientemente, en esa exclusión social que nos incluye a todos.
Pero sobre todo, nos compromete a ser apostólicamente agentes de un nuevo modelo de sociedad de todos para todos.